Escudo de la ciudad

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El escudo de Rosario fue diseñado por Eudosro Carrasco, autor junto a su hijo Gabriel, de los Anales" de la ciudad. La ordenanza municipal lleva fecha de 4 de mayo de 1862

MONUMENTO A BELGRANO

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lunes, 14 de noviembre de 2011

EL REY DE LAS FUGAS ( cuento)


Por Héctor Sebastinelli

Por las ventanillas desfilan esquinas, semáforos y postes, que parecieran desaparecer detrás del ómnibus. De pronto me pasa por la cabeza la absurda historia de Panchito Villarino, "El rey de las fugas", que vivió toda su vida entre rejas. Aquel pobrecito que no fue un delincuente, ni siquiera "scruchante" o "descuidista", intentando hacer la diaria en algún ómnibus repleto; un ómnibus como éste que cada mañana me descarga en el trabajo y amontona personas cansadas que marcarán el reloj antes de las ocho de la mañana.
No sé por qué, pienso en él. Pobre Panchito al que desjerarquizaron negándole hasta el prontuario. Esa pequeña historia de los condenados a desangrarse espiritualmente, lentamente, día tras día, detrás de las rejas. A Panchito lo condenó la crueldad de una sociedad que lo creyó muy divertido y ocurrente.
El ómnibus corre por la calle-intestino de Rosario en busca del centro. Y precisamente esta ciudad de prontuarios y cloacas politiqueras, no vaciló en robarle su sagrada libertad a Panchito Villarino encaprichado en gritar que era un payaso. Esta ciudad que, además de sus méritos, muestra vergüenzas que no puede borrar y sobrelleva re-signadamente, porque son cicatrices. Y entresacamos, de entre sus prontuarios, de la década del veinte, a los rufia­nes que organizaron sociedades mutuales como la Zwi Migdal, con sede en una lujosa mansión de Córdoba al 3200, en Rosario, que llegó a coordinar la explotación de 2.000 prostíbulos en todo el país, enriqueciendo a sus 500 socios. Y lo dejamos ahí. Tiramos del cordel y aparece la "maffia", cuyo jefe "Chicho Grande", don Juan Galiffi, era rumboso propietario de bodegas en Mendoza y San Juan, de un aserradero en Buenos Aires, de caballos de carrera y de la concesión del juego en el Club del Progreso. Pegadito aparece "Chicho Chico", don Alí ben Amar, atildado y elegante, al que mandó a asesinar, vinculado a la mejor sociedad de Santa Fe y Rosario. Estos jefes de la maffia rosarina, la "Onerovole Societa", fun­cionaron a plena máquina hasta 1932, siendo respetados y respaldados por ciertos jueces y políticos en onda. No en vano don "Chico Grande" presumía de su poder en­tre los paisanos mafiosos que casi todas las tardes lo acompañaban en el Mercado Modelo a comer salchichas napolitanas regadas con abundante y grueso vino de barrica. Y estos cosos andaban sueltos y con prontuarios. A Panchito ni papeleta. Qué barbaridad. Ya sé, no me lo diga. Lo encerraban porque divertía a la gente. Una y otra vez lo encerraron sin misericordia. Porque Panchito alcanzó a fugarse treinta y seis veces en sus veinte años de vida. La friolera de treinta y seis veces nada menos. Una de esas veces se fugó con treinta compinches y mezclados con los disfrazados y murgas que atronaron la última noche de aquel famoso "Corso Internacional de Carballo", allá por el cincuenta y nueve o el sesenta. Una proeza, casi imposible. Pero al final los encanaron a todos. Y tampoco entonces creye­ron a Panchito Villarino digno de un sumario con su correspondiente prontuario.
El ómnibus carga más gente. Arranca rechinando. Dobla por el intestino grueso de Corrientes hacia el nor­te. A mi lado bosteza una mujer joven. Exhala mal aliento y olor a pelo sucio. Seguro que debe tener un flor de cuerpito. Un viejo me tose en la nuca. Lo pienso viejo por la fragancia a toscano de hoja. ¿Y por qué se me ocurre pensar en Panchito veinticuatro años después, en el pasillo de un ómnibus mugriento, rodeado de ojos legañosos y gente desagradable? Es que yo lo quise mucho. Solía ir a verlo, los domingos por la mañana, acompañado por mis hijos muy pequeños. Ellos llevaban masitas y caramelos. Panchito nos reconocía desde lejos y saludaba cariñoso. Jamás lo olvidaron. En casa siempre admiramos su indomable y alucinado amor por la libertad.
Esta ciudad, este lugar de mercenarios, no quiso escuchar su grito ancestral de libertad. Lo soterró a un paisaje de rejas. Pero no fue la ciudad, fueron miedosos de la historia. ¿Pero acaso la historia no es la forma desfigurada de prontuarios y lugares? Por ejemplo el prontuario número 26.981, que en la Jefatura de Policía corresponde al
ciudadano Roberto Gordillo, nacido el 9 de junio de 1910, (a) "El pibe cabeza", famoso pistolero acusado de violación, lesiones, rapto, asaltos reiterados, homicidios e incendio, que se constituyó en el enemigo público N° 1 del país, junto a Antonio Caprioli (a) "El vivo" y Felipe Cherrubia (a) "La chancha", que pasaban las tardes despuntado naipes y ginebras en el Bar Victoria, "El último boliche", de Jujuy y Bulevar Oroño, que da título a uno de los cuentos de este libro. Los tres criminales con sus respectivos y voluminosos prontuarios. Al "Pibe Cabeza" lo mataron el 9 de febrero de 1937, en la esquina de Juan B. Alberdi y Guardia Nacional, en la Capital Fe­deral, en feroz duelo de artillería con la policía. Murió en su ley. Y a este rosarino lo recordamos con una pelí­cula protagonizada por Alfredo Alcón, en 1975, bajo el fantasioso guión de Beatriz Guido y Torre Nilson. ¿Qué les parece? La Biblia pegada al calefón. Deduzco la importancia que puede depararnos en el momento más inesperado el contar con un buen prontuario.
Un gusto agrio llena mi boca. No recuerdo haberme cepillado los dientes antes de salir. En algún bolsillo tengo pastillas de menta. No puedo moverme. El ómnibus se detiene en 9 de Julio. Baja gente. Y aprovecho para correrme a las puertas de atrás. Ordenadamente, domesticado. ¡Qué hondamente triste es saberse parte del rebaño! Decir cada mañana, sí señor; está bien, como usted diga, señor. Panchito Villarino, jamás hubiese sido rebaño. Qué esperanza. Pienso en el hato de cobardes, asalariados, en 46 tregadas y sometidos, que todos los días nos apretujamos en este ómnibus al infierno. Y recuerdo que Panchito Villarino prefirió morir tuberculoso tras las rejas antes que renegar su libertad. ¿Cómo podremos, entonces, en­tender el descabellado sueño del loco trepador de muros, árboles y cabriolas que todos aplaudíamos? ¡Qué tipazo Panchito Villarino!
El ómnibus va quedando vacío. En Urquiza me bajo. El viejo del toscano lo lleva en la boca, apagado. La cajita de fósforos, en la mano derecha. Hoy tengo que entregar terminado el informe. Qué feo es saberse rebaño, incapaz de intentar una sola de las treinta y seis fugas de Panchito Villarino, que murió de rebeldía bacilar en 1964, entre las rejas de su jaula en el jardín zoológico del Parque Independencia de Rosario. Porque Panchito fue alegría de dos o tres generaciones de chicos y grandes de Rosario, que  perdíamos horas frente a los barrotes atrapados por sus morisquetas y travesuras inocentes. Este fue el temible delincuente al que los guardianes no se animaron a fabricarle un prontuario, pero sí un epitafio. Llegué a destino. Me apuro en descender. ¿Por qué tuve que evocar esta mañana al inefable Panchito Villarino? Camino despacio. Mañana mismo presentaré la renuncia. Estoy saturado de escleróticos y perversos. Sólo entre­garé mi renuncia al viejo carcelero. Callaré palabras. Ahora, hoy, sé porqué en mi corazón despertó una, gracias a Dios, de las treinta y seis fugas de Panchito Villarino, mi hermano o tal vez el tuyo. ¿Qué tipazo Panchito! Af entrar al zoológico del Parque de la Independencia en fosar inmediatamente a la izquierda, junto a la fuente y sobre, un cantero, puede apreciarse una pequeña lápida, ¿que reza textualmente: "PANCHITO VILLARINO - EÍ- REY DE LAS FUGAS " Monito que durante muchos años alegró con sus travesuras a los visitantes de este zoológico. Quienes tuvimos el deber de cuidarlo recordamos con una sonrisa sus 36 fugas. Nuestro deseo fue que al  permaneciera aquí entre nosotros".
Tengo la seguridad de que Panchito está en otra parte En el  reservado a los dignos, a los libres.
Mañana les tiraré mi renuncia.

Fuente: Publicado en el libro “Cuentos Imposibles” – Autor Héctor Sebastianelli  de publicado Abril 1990 Editorial UNR.