Escudo de la ciudad

Escudo de la ciudad
El escudo de Rosario fue diseñado por Eudosro Carrasco, autor junto a su hijo Gabriel, de los Anales" de la ciudad. La ordenanza municipal lleva fecha de 4 de mayo de 1862

MONUMENTO A BELGRANO

MONUMENTO A BELGRANO
Inagurado el 27 de Febrero de 2020 - en la Zona del Monumento

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lunes, 7 de mayo de 2012

CHARRUAS Y SALAITOS


Ya contamos en un trabajo anterior para esta colección los orígenes, motivos y explicaciones diversos que derivaron en el mote de "canallas" para Rosario Central y "leprosos" para Newell’s Old Boys. Corresponde ahora bucear en la memoria de la historia menuda de la ciudad para acercarnos a una explicación que nos lleve a determinar por qué jugadores y aficionados de Central Córdoba se vanaglorían de ser "charrúas", y cual es el motivo para futbolista e hinchas de Argentino reivindiquen para  sí el original apodo de "salaítos".

La primera versión relacionada con el mote de "charrúas" es, a juicio del cronista, bastante endeble. Alguna vez se contó que don José González Castillo, dramaturgo de gran vuelo, padre de Cátulo Castillo y autor de tangos famosos (Organito de la tarde, Griseta, Sobre el pucho, El aguacero, Silbando, etc.), viendo jugar a Central Córdoba se impresionó por la forma implacable de su ataque y expresó en voz alta que ese equipo atacaba “ como un malón charrúa” La versión  es un creíble porque González Castillo, si bien nacido en Rosario, se crío en Salta, vivió de pequeño  en Chile para radicarse  posteriormente en Buenos Aires, donde murió en 1937. Es poco probable que el autor de "Los dientes del perro" haya sido asiduo concurrente a los partidos de Central Córdoba, porque en esa época no eran frecuente las salidas del equipo de esta ciudad; por lo demás, ese estilo depurado y sutil inconfundible del fútbol rosarino  -que mucho tiene que ver con la fineza de Gabino Sosa en el trato con la pelota-tuvo en Central Córdoba a un exponente cabal, de donde no se explica cómo un amante del deporte pudo asociar aquel estilo, de pura belleza estética, con e! matón de ia indiada y su carga de furor desenfrenado, carente de armonía.
Adherimos, entonces, a la segunda versión, recogida entre otros por Ci­priano Roldan, en sus inolvidables comentarios del diario "La Tribuna". Afirma que allá por 1911, los hermanos Claro Arturo Charras y Juan Charras eran el alma y nervio de Central Córdoba. El primero de ellos pole­mizó duramente en una reunión de la Liga con Alejandro Berrutti, hombre de fútbol y crítico teatral de la época, de pluma muy ágil, a veces irónica, a veces corrosiva. Berrutti salió malparado de su disputa verbal con Claro Arturo, publicando al día siguiente un brulote en el periódico "La Nota", donde hacía crítica teatral y asoció el apellido de sus "ofensores" con los bravos indígenas que supieron reinar en las orillas del río Bermejo, en el noreste argentino, y con el simple agregado de la letra "u" redondeó lo que seguramente supuso una ingeniosa respuesta a la discusión perdida la noche anterior. No sabía que estaba dejando para la historia un sello de distinción que identifica al hincha de Central Córdoba, que alardea orgulloso al grito de "Charrúas corazón. . !!!".

Más sencillo y nunca discutido, es el origen del apodo de "salaítos" con el que se identifica a Argentino. La tradición cuenta que en la vieja cancha de Embarcaderos -uno de los nombres que precedieron al actual, un vendedor ambulante aparecía los días de partido con su canasta repleta de lupines o altramuces. La clientela estaba asegurada porque en el barrio había gran mayoría de pobladores de origen español quienes difícilmente permanecieran indiferentes al grito del ignoto vendedor: "Lupines. . Lupines.. salaítos los tengo.. salaítos.." Y "salaíto" fue, en principio, el nombre que le dieron al vendedor, luego extensivo a todo el barrio, más tarde identificado con mayor precisión con los hinchas del humilde cuadro, que saboreaban los ricos lupines mientras aguardaban un gol...

Fuente: extraído de la revista “Rosario, su Historia de aquí a la vuelta  Fascículo N• 9 de Enero de 1991 Autor: Andrés Bossio