Escudo de la ciudad

Escudo de la ciudad
El escudo de Rosario fue diseñado por Eudosro Carrasco, autor junto a su hijo Gabriel, de los Anales" de la ciudad. La ordenanza municipal lleva fecha de 4 de mayo de 1862

MONUMENTO A BELGRANO

MONUMENTO A BELGRANO
Inagurado el 27 de Febrero de 2020 - en la Zona del Monumento

Vistas de página en total

jueves, 28 de noviembre de 2013

De Titta Ruffo al burlesco



El Politeama tenía un atractivo adicional y próximo, que poco se relacionaba con el escenario teatral pero que de alguna manera no dejaba de ser una comedia: la vecindad de Francisco Schiavone, un peluquero con negocio ubicado frente a la vieja sala, que hacia 1913 era una especie de espontáneo seudo vate ciudadano, antecesor de otro personaje rosarino posterior, el "poeta" Alfonso Alonso Aragón. Schiavone, como Aragón, era un rimador espontáneo, más que ripioso y a veces surrealista a su pesar, que se había convertido en uno de los tantos "típicos" que toda ciudad del mundo alberga, tal vez en aten­ción al viejo refrán que garantiza que "de poeta y de loco todos tene­mos un poco".
Gestos y Muecas le dedica ese año una extensa nota, con fotos del bardo peluquero y reproduce algunos de sus "poemas", dedica­dos muchos de ellos a conspicuos integrantes de la sociedad y la bur­guesía rosarina, dislates que no tienen mucho que envidiar a los de su sucesor Aragón. Botones de muestra pueden ser éstos: El águila marcha y se eleva con más facilidad que el aeroplano. / No olvidarse que se necesita mucha bencina, por si acaso, dedicado al doctor Bartolomé Sívori. O El mundo es un fandango: / unos bailan mazurca/ y otros el tango, a Germán López, o el dedicado al molinero Juan Semino: La vida son cantares/ que todos no sabemos cantar./Yo vendo la harina/ y los panade­ros pataliando...
Schiavone era, con su pintoresca manía de rimador, parte de un folklore ciudadano que lo contaba como insustituible a la hora de demostrar que Rosario tenía de todo, como cualquier gran ciudad del mundo, incluso sus lunáticos propios. El posterior "Cachilo" de la década del 70, con sus "graffiti" insólitos en las paredes rosarinas, muchos de los cuales recordaban los aforismos de Schiavone, sería otro de esos ejemplos, aun cuando su condición de "outsider" y más de una de sus frases escritas con tizas de colores o ceritas permitieran tal vez una lectura distinta a su caso, por lo menos según más de un semiólogo contemporáneo.
Pero como no era cuestión de perder terreno sin pelea, La Opera seguía levantando religiosamente su telón aquel año. Primero, con una compañía italiana de ópera cómica, operetas y "feries", de Ettore Vítale, y luego con la Compañía Casas, que anunciaba como tentador anzuelo para los caballeros los couplets y danzas de la Fornarina, una agraciada artista española que excitaba por entonces la imaginación (y segura­mente los sentidos) del auditorio masculino en Buenos Aires, donde actuaba, aunque el mismo programa anunciara, con letra menos visi­ble, que serían cantados por Blanca Suárez, que seguramente no era lo mismo pero que, por lo menos no engañaba al consumidor.
Aquella Fornarina que también llegaría a su turno a Rosario, tuvo sus vates locales, como un tal J. Fernández del Villar que le dedi­cara en 1912, en las páginas de Monos y Monada, un soneto con oficio y conocimientos literarios: Más gallarda y gentil que la de Urbino/ es esta diosa frivola y coqueta, / alma de chula en cuerpo de griseta/ y ojos reidores de mirar felino. / Sensual como la musa de Aretino/ y como las mujeres del profeta, / en sus labios la alegre canzonetal tiene un sabor galante y parisino./ Y en su rostro de nítida blancura, / que corona la mágica hermosura/ de su admirable cabellera blonda, / ella tiene ¡agracia venusina/ y el plácido candor de Fornarina/ y la mortal sonrisa de Gioconda...
La cupletista se llamaba en realidad Consuelo Bello, y había sur­gido del madrileño "Salón Japonés", uno de los muchos locales apa­recidos luego de la imposición del varíete en el teatro de la Alhambra, arrendado por el francés Banquarel, que lo convertiría en templo del music-hall. La Fornarina fue intérprete reconocida, y admirada, del lla­mado entonces "género ínfimo", que no era otro que el cuplé.
Pronunciar este nombre es como arrojar una cascada de alegría desbor­dante, de fino buen humor, de belleza juvenil y espléndida. La Fornarina, que en sus primeros tiempos no pudo librarse del ambiente general, se con­virtió con el paso de los años (muy pocos, porque murió en plena juven­tud) en una de las grandes renovadoras del género, al que dio triunfales jornadas. De muchacha humildísima, de extracción popular (dícese que era hija de una lavandera y que ella misma lo fue en los primeros años), ha llegó ¡i ser una mujercita culta, elegante, cosmopolita, que dignificó noblemente la escena y a quien se consideró como una de las primeras diseuses de su tiempo. La popularidad de la Fornarina se ha propagado mucho más allá de su muerte y es una de las artistas que más eco guarda en el corazón del público madrileño, a quien conmueve todavía el recuerdo de aquel picaresco "Polichinela": Mi Polichinela se me ha puesto malo;/ tiene pulmonía, dolor de costado...
(Matilde Muñoz: Historia de la zarzuela y género chico, Editorial Tesoro, Madrid, 1946)

El Colón, en tren de triunfar en la puja de ese año (1911), trae Una compañía lírica encabezada por Ada Giachetti, la soprano que hasta 1908 había sido la pareja de Enrico Caruso y madre de los dos hijos . del tenor napolitano. La Giachetti, bien recibida por los rosarinos, tendría sin embargo un destino mucho menos resonante que el divo, ya que terminaría, según testimonios, como regenta de una casa de tole-rancia porteña, lejos para siempre de las arias y los escenarios de la ópera y mucho más cerca, en todo caso, del "mundanal ruido".
En tren de servir de ámbito a todo tipo de hechos artísticos o culturales, el Colón hace de tribuna el mismo año para un breve ciclo de conferencias de Belisario Roldan. Este, poeta y dramaturgo exitoso en las primeras décadas del siglo con El rosal de las ruinas y El puñal de los troveros, teatro en verso que gozara de fidelísimos adeptos, era sobre todo un reputado orador, célebre por una oratoria que si bien hoy se lee como retórica, ampulosa y hasta vacía, era entonces el desideratum, al punto que Roldan se había ganado el admirativo mote I» "Pico de Oro".
Pese a la fama del personaje y a los éxitos de sus discursos más famosos (el que pronunciara en Boulogne-Sur-Mer en homenaje a San Martín, con su comienzo de Padre nuestro que estás en el bronce... es uno de ellos), la concurrencia a la primera conferencia estuvo |i jos del gentío previsto. Roldan, irritado seguramente, canceló la segunda aduciendo una indisposición inesperada y se fue dejando Una Irase lapidaria: ¡Qué solos están y se quedan los intelectuales rosarinos!, que Monos y Monadas se encargaría de difundir al otro día...-
Roldán, que había publicado asimismo libros de poemas adscriptos el decadentismo de finales del siglo XIX y había ocupado una banca in la Cámara de Diputados de la Nación por el conservadurismo, se suicidaría en las sierras de Córdoba en 1922, afectado por una graví­sima dolencia en la garganta.
El anuncio de la llegada, para la segunda mitad de ese año, de Titta RufFo, ya por entonces una de las voces legendarias, como la de Caruso o Chaliapin, volvió a generar la expectativa de los gran­des eventos, aunque el Colón, como correspondía a la semana de Carnaval, estaba entonces copado por los bailes y los concursos de tango y de disfraces. La promoción anunciaba como acicate: El renombrado bailarín Delfor Robrero ha donado una medalla de oro para la mejor pareja de tango.
El teatro vuelve a la carga en julio, reiterando el aviso de la con­tratación del célebre Titta Ruffo y del divo Alessandro Bonci en tres funciones para septiembre, con entradas que no eran nada baratas para ese tiempo: 60 pesos la platea y 10 el paraíso. El gran barítono había llegado al país a bordo del vapor "París" y cantó, como se mencionara antes, con la Barrientos y el tenor Pintucci, reemplazante obligado del famoso y enfermo Bonci.
Los juicios estuvieron a la altura del personaje y de la admiración legítima que solía ganar a los privilegiados que llegaron a escucharlo "en vivo": "¿Qué podemos decir del gran Titta Ruffo, el príncipe de los barí­tonos? Cantó como sólo él sabe hacerlo. Sería pálido todo lo que quisiéramos decir de este gran cantante: ha sido todo un acontecimiento. Y es necesario un talento como el suyo para que una obra como ésta pueda tener éxito. Y es lo que pasó anoche: el célebre barítono estuvo colosal y fue llamado ocho veces a la ribbolta... La obra a la que alude despectivamente La Capital era Hamlet, con música de Charles-LouisThomas.
RufFo, que entre otros detalles que escapaban a su vida sobre el escenario, compraba sin ostentación los periódicos anarquistas y socia­listas de las ciudades donde estuviese actuando, lo que ocurriría tam­bién en Rosario, no era sólo un excepcional cantante: cuñado de Giacomo Mateotti (el líder socialista italiano asesinado por el fascismo), abandonó una gira americana para asistir a su entierro; en 1931, en Marsella, fue atacado y golpeado duramente por adictos a Mussolini, y su oposición al Duce lo llevó a la prisión de Regina Coeli, al con­finamiento posterior y a la pérdida de su pasaporte italiano. El gran barí­tono, que se retiró de los escenarios poco después de los 50 años, en pleno apogeo de su carrera y moriría en 1953, resumía su adhesión inclaudicable a los ideales democráticos con ocho palabras: Se vive una tola vez: hagámoslo con dignidad.
El viejo Teatro Olimpo, en aquellos días de 1911, sentía por su Lulo soplar algunos vientos de renovación. El 14 de marzo, una compañia de liliputienses (algo ya anacrónico e inusual hoy pero no a co­mienzos de siglo) debió postergar su presentación por reforma, empapelamiento y cambio de felpa de las butacas. Los arreglos aludidos se realizan y lo ponen en competencia nuevamente, con la previsible "ola espa­ñola", esta vez de Mariano Díaz de Mendoza-Josefina Roca y Claveles tojos y El abolengo.
El Olimpo iba a tener (como ocurriera con La Comedia a principios de siglo) un mutis transitorio en diciembre de 1913, cuando se hace el intento de convertirlo en el "Royal Theatre", para albergar,.u desde la misma Nochebuena de ese año a una compañía de revis­tas y burlesco que con Tout Rosario au Royal trata de sacar de la rutina a la ciudad.
Gestos y Muecas consigna: La muchachada y también los viejos están que arden y comenta, refiriéndose a la obra a estrenarse: El título es peco sugestivo, pero lo que lo es, y mucho, es el anuncio de que al viejo coli-tto hoy rejuvenecido vendrán nada menos que 75 mujeres, sin contar las aco­pladas. ¿Os imagináis bien, lector, lo que esto signiftca? ¡Setenta y cinco fran-ttsas, bonitas, elegantes y de buen humor! No seamos más papistas que el Papa, pide la revista, y confesemos que un poco de animación nocturna, de vida alegre, hace falta en el Rosario, y que el Royal Theatre nos va a traer todo eso con beneficios para muchos gremios: cocheros, modistas, cafés, res­taurantes, hoteles, tiendas, etc., etc.
Y se pregunta, no sin razón, algo que muchos rosarinos escandalizados pensaban a esa altura: ¿Quién hubiera dicho que el Olimpo, teatro Anteo durante 30 años para toda la sociedad rosarina, por cuyo escenario desfilaron  tantos artistas de renombre, se convertiría hoy, impulsado por el progreso, en el sitio del bullicio y de la risa?
En diciembre de 1913, la misma revista da cuenta de que la nueva propuesta "picante" ha hallado eco en la ciudad: Un exitazo estupendo resultó la inauguración del Royal Theatre: el Rosario nunca ha presenciado Un espectáculo tan cuidadosamente presentado, tanto por las lujosas decoraciones cono por la cantidad y la calidad de los artistas. Por las dudas dejaba constancia  de un hecho: El espectáculo nada tiene de pecaminoso. De aquella "troupe" de francesas quedó como recuerdo una figura: Jane Marny, que parece haber arrasado con los corazones masculinos.
Aunque en el verano de 1914 se publica que según noticias que hemos recogido, volverá a abrir sus puertas con el acreditado nombre de Olimpo y se anuncia a la compañía de Amparo Garrido, que se suicidaría al tiempo, la sala seguía en marzo de ese año siendo escenario de espectáculos poco usuales, hasta entonces, en la ciudad. La Capital comenta, el 18 de ese mes: Ante un nutrido público dio comienzo el espectáculo de damas luchadoras. Se inició la función con interesantes encuentros en los que tomaron parte la ale­mana Beck, la brasileña Waslavich, la belga Sremlav, la francesa Dazelle y la argentina Rodríguez. El público se divirtió y engrande, y aplaudió entusiasmado.
Dos días después, el diario informa y critica por el mismo pre­cio: El espectáculo de actualidad en ese teatro es la lucha entre damas campeo­nas que se disputan el triunfo. Con motivo de las situaciones cómicas que se producen en los incidentes de cada encuentro, el entusiasmo de los espectadores suele desbordarse... En realidad, el "Royal Theatre" aquél no pasaba de cobijar a una audiencia compuesta por hombres, maduros y jóvenes, para los que la posibilidad de ser espectadores de una lucha femenina (por los atuendos ceñidos que exigía la lucha, por las robustas conten­dientes, etc.) no dejaba de ser una excitante experiencia.
En el amplio lugar poblado de humo, entre gritos de aliento, burlas y alguna que otra grosería festejada por todos, el campeonato se desarrolló como uno de los sucesos de aquel año del inicio de la Gran Guerra, aunque en las contorsiones peculiares del esfuerzo que requiere cada trance, la estética femenina resulta a menudo burlada, lo mismo que la ética poco recomendable y nada edificante del cuadro, opinaba lapidario el diario de Lagos. En el recinto donde resonara límpida y entrañable la música de Verdi, de Bellini o Donizetti, campeaba entonces el esten­tóreo aliento de los espectadores a aquellas luchadoras cuya fuerza no invitaba seguramente a galanteo alguno...
En cuanto a La Opera, entre 1912 y 1914, provoca también con­mociones entre los "belcantistas" y en la puja por ganar el sitial de pri­mer coliseo rosarino, al responder trayendo nuevamente a Mascagni, que estrena su Isabeu, buscando emular siquiera a aquella lejana Cavallería rusticana, juvenil e irrepetible. En 1913, se representan allí Parsifal y La Walkyria wagnerianos y en 1914 La fanciulla del West, de Puccini, ala que algunos críticos califican de "FarWest pucciniano", l miada por otro elenco envidiable: la española Elvira de Hidalgo, una exquisita cantante que sería, muchos años después, maestra dilecta de María Callas; Tito Schippa e Hipólito Lázaro.
Este último sería famoso por sus duelos artísticos y enfrenta-mientos personales con Schippa (a quien se dice pretendió arrojar por la horda de un vapor en el que coincidían), con Miguel Fleta, con Giácomo Lauri-Volpi y en rigor de verdad con cuanto tenor se le cru­zase en el camino, convencido como estaba, sin modestia de ninguna clase, que él era el más grande tenor de todos. Lo que no era así, pese a sus cualidades vocales, que las tuvo y muchas.
Lázaro, nacido en 1887, había debutado en 1910 en el Teatro Novedades de Barcelona, y se perfeccionó y estudió en Milán. En 1922 sería condecorado por el gobierno español con las insignias de la Cruz de Alfonso XII, contemporáneamente con sus triunfos en el Metropolitan de Nueva York, donde se lo contaría entre los cantantes lamosos y como un especialista en Mascagni. Muchos de sus lapidarios juicios, de sus enconos y peleas con otros colegas serían narrados por él mismo en su autobiografía Libro de mi vida, editado en 1949.

Hacia 191 1 su voz era, realmente, una de las mejores del mundo por calidad, dulzura y extensión. No tenía límites de flexibilidad ni ampli­tud. Deplorablemente su personalidad sí los tenía. Maravillado ante sus propios medios naturales, anheloso de afirmar su personalidad Jactándose de ser mejor que Caruso, bramó desaforadamente un repertorio des­tructivo que aniquiló su órgano excepcional. Lázaro cantó sin embargo hasta edad avanzada y aún hoy, a los ochenta y cinco, presume que no se ha retirado todavía. Después del éxito inicial y tras algunos años de intensa actividad (llegó a cantar cerca de cuarenta noches seguidas), su calidad de antaño se tornó despareja. Esos rendimientos irregulares llevaban a que el público lo meneara y ovacionara en la misma función. Pero él no aceptaba críticas, ensayaba desplantes, reñía a los espectadores, increpaba al director. Lo mismo interrumpía la ejecución para recordar a los pre­sentes que estaban oyendo al mejor tenor del mundo, como para beber un vaso de agua o para contestar con enérgicos gestos obscenos las dia­tribas populares.
(Raúl Sanguinetti: "Cantantes españoles en Buenos Aires", en revista Todo es Historia, N° 64)

Hipólito Lázaro había actuado por primera vez en la Argentina en aquel año de 1914, en Buenos Aires, en el teatro Coliseo, aloján­dose en una casa de Cerrito 333, que dedicó a aventuras non sanctas por­que se tenía por impenitente Don Juan, según Sanguinetti. Actuaría luego en Rosario, Tucumán y Córdoba, como preámbulo a una gira que lle­varía a la compañía a Montevideo, Río de Janeiro, San Pablo y Santos. Su nombre, pese a todo, es imprescindible en toda historia de la lírica y su lugar está, también, entre los grandes, más allá de sus continuos desplantes y arbitrariedades.
Que La Opera era considerado un "teatro selecto", tal vez el más selecto de todos, no cabe duda. En agosto de 1917, por ejemplo, al anunciarse el debut de la Compañía Española del Teatro Lara de Madrid, se publica la nómina de los abonados a esas seis funciones, la mayoría de ellos miembros de las familias distinguidas de la ciudad, según los tradicionales parámetro socioeconómicos, caros a los rosa­rinos de entonces: María de Uranga, Casiano Casas, Constantino RafFo, Camilo Aldao, José Arijón, Rouillón, Pratts,Vila Ortiz, Ortiz de Guinea, Julio Marc, etc.
Para esa época, y cada vez más cerca de su mutis final, el Poli­teama se despide en febrero de 1917 con un anuncio que, si bien no está relacionado con el espectáculo teatral en sentido estricto, sí lo hace con el baile y el Carnaval y, sobre todo, con el tango. Convertido pos­treramente en salón de bailes, avisa: Ha sido contratada una Orquesta Típica Criolla que será dirigida por Juan Maglio (a) "Pacho", autor de varios tangos populares. A fin de añadir un atractivo más a los bailes ha sido contra­tado el profesor de bailes nacionales Benito Bianquet (a) "El Cachafaz", quien bailará todas las noches dos tangos. Para tranquilidad de los milon­gueros locales la aludida publicidad aclaraba: Fuera de concurso...
Una información de enero de 1918 consignaba la actuación en el teatro de un circo, el "Shippy Fetus", lo que indicaba que efectiva­mente el Politeama había dejado de existir como sala para convertirse en espacio abierto y disponible para otro tipo de espectáculos, como los circenses.
El viejo ámbito de la calle Progreso, ya entonces General Mitre, entraba de ese modo en el recuerdo, con sus funciones familiares y rui­dosas, sus esporádicos espectáculos líricos y su impronta "galponera" pero entrañable, como la quiso su fundador, el forzudo Rafetto.
la que entraría también en ese territorio sería la temporada de 1915 de La Ópera, año en que Rosario recibe al más grande y famoso de todos los grandes y famosos nombrados hasta ahora: Enrico Caruso.
Fuente: Extraído de Libro Rosario del 900 a la “decada infame”  Tomo IV Editado 2005 por la Editorial Homo Sapiens Ediciones