Escudo de la ciudad

Escudo de la ciudad
El escudo de Rosario fue diseñado por Eudosro Carrasco, autor junto a su hijo Gabriel, de los Anales" de la ciudad. La ordenanza municipal lleva fecha de 4 de mayo de 1862

MONUMENTO A BELGRANO

MONUMENTO A BELGRANO
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lunes, 2 de noviembre de 2015

La cofradía de los polacos



Aquel floreciente negocio iniciado por la Sociedad Varsovia de Trauman a comienzos del siglo XX y que tenía al comercio sexual como ingrediente esencial, iba a sufrir otros sobresaltos además de la escisión de rusos y rumanos. En 1927, la ya mencionada sociedad israe­lita encargada de la protección de las muchachas de ese origen, presi­dida para entonces por Selig Ganopol y creada para amparar a las jóve­nes en peligro de caer en las redes prostibularias, deja oir su indignada voz de protesta acerca de las actividades de la cofradía de rufianes comandada primeramente por el ex anarquista Trauman (definitiva­mente olvidado a esa altura de un pasado que lo vinculara a Plejanov y a otros teóricos semejantes), por Luis Migdal luego y por Simón Brutkevich entonces.
La denuncia de Ganopol motoriza una investigación oficial que no pasa de una ficción: los sólidos contactos de Trauman diluyen las inspecciones y allanamientos previstos (de los que por otra parte recibe avisos anticipados de los propios funcionarios comisionados para llevarlos  a cabo) y la sociedad de tratantes sigue teniendo, por lo menos por algunos años, la impunidad habitual.
Sin embargo, algunas de las voces condenatorias del mundo prostibulario venían incluso de antes. En 1913, por ejemplo, la misma organización judía describía en una publicación el escarnio a que eran sometidas las jóvenes mujeres en los "quilombos" argentinos: Las mucha­chas laminan entre la multitud de hombres, en distintos grados de desnudez.  Si se  tiene en cuenta que en uno de esos locales caben entre 50 y 150 hombres puede imaginarse cuántas veces por noche las muchachas tienen que someterse a ese  contacto inmoral.
Poco antes, en 1911, el denominado "Comité Argentino de Moralidad Pública", que propulsaba la lucha contra la trata de blan­cas, denunciaba a través de su revista Luz y Sombras, dirigida por Joaquín Fontenla, la condición de sometimiento de miles de mujeres que ejercían el comercio sexual en la Argentina bajo el férreo control de las organizaciones de rufianes.
También en 1927,1a protesta por la existencia de la Varsovia pro­cede de alguien mucho más representativo en lo institucional, el ministro de la República de Polonia en la Argentina, Ladislao Mazurckiewicz, quien el 30 de agosto aprovecha una conferencia para señalar a las autoridades el desprestigio que significaba para su país el hecho de que semejante organización delictiva llevara el nombre de la capital polaca...
La reacción de Trauman y sus socios no se demoró: la Varsovia solicitó autorización para el cambio de denominación de la misma por la de "Zwi Migdal", nombre con el que enfrentaría el ocaso di I negocio prostibulario en el país después de 1930, y con el que seria conocida como símbolo de poder económico y de influencia en los más altos niveles oficiales, desde los despachos ministeriales o el Congreso a la justicia y desde la policía a las autoridades de inmigración. Dos años después, en agosto de 1929, el gobierno bonaerense  (debe recordarse que la organización tenía su sede administrativa de Avellaneda) autorizó formalmente un cambio que ya se había producido en los hechos.
El Migdal que daría nombre a la nueva sociedad era Luis Migdal quien como se señalara la presidiera en uno de sus períodos, y a quien Jozami sindica como el jefe indiscutido de la Sociedad Varsovia, a quien se  debió que la sociedad quedara en manos de todos los individuos que buscando amparo no veían otra finalidad que explotar víctimas incautas; fue grana: a u visión comercial, podría decirse, el primero que planteó la internacional de trantantes de blancas. Un mérito por cierto dudoso que otros asignan en exclusividad al ex ácrata Trauman.
No es menos difundida la opinión de que "zwi migdal" no se sino la definición en  iddish de "gran fuerza", calificativo que cabía perfectamente también a aquella aceitada organización de tratantes de blancas. El mismo Jozami, en su novela ¡Vendida!, título  que se vincula con los remates de mujeres, lo retrata como una persona carácter excepcional; su rostro, de una palidez aristocrática delataba al hombre de rasgos suaves pero enérgicos. Migdal, cuyo espíritu se agrandaba frente a las dificultades, era ya en aquel tiempo el jefe indiscutido dentro del ambiente corrom­pido de la Sociedad Varsovia y su palabra era escuchada y obedecida.
La Varsovia, como luego la Zwi Migdal, era esencialmente "la sociedad de los polacos" y no por ser reiterada su mención cuando se habla de prostitución en el país deben omitirse las páginas que el fran­cés Albert Londres dedicara a la trata de blancas, en forma contempo­ránea con el apogeo de la misma, en las que a despecho de una prosa a veces hiperbólica se denuncia la actividad de esas asociaciones disi­muladas bajo fachadas de respetabilidad.
En El camino de Buenos Aires, escrito en 1927, el periodista nacido en Vichy en 1884, apuntaba: No hay un solo polaco en Buenos Aires que no tenga cinco o seis mujeres. O siete u ocho. Oficialmente, se dicen comercian­tes de pieles. La piel, es verdad, es también pellejo, pellejos humanos son sus negocios; como comerciantes, desembarcan en Varsovia. En Varsovia, en Cracovia, en Lodz, algunas viejas que ellos pagan todo el año, no tienen otra profesión que señalarles la buena mercancía: "Esta casa no vale nada: las hijas no tienen buena salud. Desconfiad de esta familia: los padres tienen la intención de pedir caro. Pero allí y allí y más allá encontrarás lo que te conviene. Llévate a la menor, la mayor es perezosa. Te la vigilé como si fuese una fruta en el árbol: solamente hay que recogerla..."
Horacio Vázquez Rial indica que en su visita a la Argentina Londres no se introdujo demasiado en los laberintos de la Varsovia y la Zwi Migdal, conviviendo en cambio con los rufianes franceses y sus mujeres: Iba a comer con ellas, a veces en las mismas casas en que las damas recibían a sus clientes; no en los grandes burdeles sino en las casas en que atiende una sola mujer. Son las francesas las más caras: los hombres pagan i meo pesos por unos minutos en su compañía. Bordeando la condición paria islán las putas criollas: un peso. Las de clase simplemente inferior, la gran mayoría, las populares, las razonables, son las polacas: dos pesos. Albert Londres menta sus historias: la seducción o la compra o la boda amañada. Es el sexo ni la era industrial, lo que Barthes incluye en la sodomización en serie del discurso de Sade.
Londres describiría en su libro, ya constituido en un clásico, la existencia de una red prostibularia francesa,"Le Milieu", que operaba desde la ciudad-puerto de Marsella: formada por un grupo de hombres que negocia con mujeres en forma bastante abierta: es una corporación. Más aún ¡es un Estado! Trabajan con mujeres que, por alguna razón, están deses­peradas. Las mandan vía Santander, Bilbao, La Carogne, Vigo y Lisboa. Ese es "el camino de Buenos Aires". Guy destaca empero que a pesar de los informes de Londres, o más precisamente por sus tendencias chauvinistas y tole­rantes, el papel de los franceses en la trata de blancas rara vez fue tan conde­nado como el de los traficantes judíos.
La propia Sociedad de las Naciones publicaría un informe, en 1909, en el que se señalaba que las investigaciones en el submundo de París mostraron un constante ir y venir de sosteneurs en busca de mujeres a quie­nes resultaba ventajoso llevar al extranjero para ejercer la prostitución. Muy a menudo se procuran mujeres que ya son prostitutas y mayores de edad y que dan su beneplácito, pero algunas veces consiguen menores y mujeres inexper­tas. Están en contacto con traficantes en muchos otros países como Polonia, Egipto y la Argentina, y actúan como intermediarios y agentes para asistir y facilitar este tráfico internacional.
Londres, al entrevistarse con los rufianes franceses de Buenos Aires, da a éstos la oportunidad de mostrarse como comprensivos guardia­nes de sus pupilas, evitándoles las tentaciones de vicios diversos y pro­tegiéndolas de un modo mucho más humanitarios que los tratantes de origen judío: Tenemos que ser administradores, instructores, expertos en higiene y sostenes, testimonian ante su compatriota, impidiendo que las mujeres Caigan en el vicio. ¿Qué hacen sin nosotros? Fuman, beben, bailan, toman cocaína, flirtean y hasta tienen asuntos entre sí. El mismo Goldar insiste así mismo en la diferenciación entre los rufianes franceses y sus colegas criollos y polacos: Los franceses no sólo comerciaban entre ellos; constituían un nucleamiento profesional prestigiado. Algo liberales por herencia cultural, no tenían la brutal rigidez autocrática de los polacos ni el anarquismo doméstico de los criollos.
No excluiría el periodista y escritor a Rosario de su mención como centro prostibulario en la Argentina. En su libro, Londres con signa un viaje a la ciudad acompañando a uno de los tantos rufianes franceses con negocios en Buenos Aires, Robert Le Bleu, y su visita .a un prostíbulo rosarino que no es difícil identificar como el Madaim Safo, si se tiene en cuenta que era el único (o por lo menos el que mayor proporción de pupilas de esa nacionalidad contaba entre sus Mujeres) que se preciaba de su "mercadería" francesa: Abrimos la punid ¡Cuan dulce es, estando lejos de casa, encontrar una pequeña patria. Ahí dentro todo el mundo hablaba francés, escribe, para agregar un dato no menor, que abona la leyenda de una madame Safo: La patrona era de Montmartre. Londres es también meticuloso al señalar que en el plan­tel se contaban muchachas provenientes de la Bretaña, la Alsacia fran­cesa, París, Niza y Compiégne.
El libro de Londres, más allá de sus buenas intenciones, resultó una versión parcial de la explotación prostibularia y su énfasis en las actividades de tratantes y prostitutas de origen judío, y la omisión de que buena parte de ambas actividades eran ejercidas por rufianes y pupilas criollas serían comunes a otros libros posteriores, como el men­cionado de Alsogaray y los de Victorio Luis Bessero, Los tratantes de blancas en Buenos Aires, y Ernesto M. Pareja, La prostitución en Buenos Aires, que, como señala Guy, se concentraban en la prostitución judía por­que el antisemitismo surgía con facilidad en la Argentina católica y creciente­mente nacionalista. Mientras se criticaba a los inmigrantes judíos, se defendía de manera implícita la moral de los nativos, aun cuando los rufianes, mada­mas y prostitutas locales, durante mucho tiempo, hubieran sido parte de la pros­titución tanto autorizada como clandestina. Más allá de los motivos persona­les, estos libros reforzaban un estereotipo del tratante de blancas y de la prostituta como típicamente judíos...
Pese a lo compartible de la opinión de Guy aludiendo a la par­cialidad del escritor francés en este tema, el hoy injustamente olvidado Albert Londres fue uno de los más notables reporteros de la primera mitad del siglo XX: enviado especial a la Primera Guerra Mundial des­pués de la batalla del Marne; investigador de las injusticias y condi­ciones de vida de los confinados en el penal de la Isla del Diablo, en Cayena, y de los encarcelados en las colonias penitenciarias de Beribi, en el norte africano; testigo y buceador del apogeo de la "mala vida" en la Argentina; denunciante de la situación de las aldeas de los judíos salvajes en Rumania y Bulgaria y del tráfico de negros en África y el Caribe poco tiempo después.
Fue asimismo visitante de la China en 1925 y 1932, en el inicio de la guerra chino-japonesa, cuando se vincula con el ejército revolu­cionario y conoce y dialoga con un dirigente llamado Mao Zedong, luego conocido como Mao Tse Tung. Es precisamente al regreso de su aventura china cuando muere en forma trágica en el incendio y posterior hundimiento del paquebote "Georges Phillipar", en la noche del 15 de mayo de 1932.
El buque se incendió. Los pasajeros tenían esperanza, la tierra no estaba lejos; con prisa buscaron asiento en los botes y Londres encontró lugar en uno de ellos. De pronto, recordó sus sagradas posesiones, sus papeles: habían quedado en el camarote, en el barco que se hundía. El periodista se echó al agua. Nunca más lo volvieron a ver. Con él, debe de haberse perdido un libro intenso, como todos los demás, pleno de contrastes, inclusive algo tremendista. Ese era su estilo. Sus críticos, envidiosos quizás, acuñaron el término londrismo para referirse a él. Lo de londrista tiene algo de vio­lento, mucho de veraz, un toque de ingenuo asombro ante las cosas de la vida, cierta pompa retórica y una filosofa, suma de sentido común y moral vulgar, llamada a ganar público, una enorme fe en el trabajo periodístico como factor de reforma de la sociedad y de la historia.
(Gustavo González Toro: "El camino de Buenos Aires", en revista Co&Co, Barcelona, septiembre de 1993)

Lo cierto es que los polacos de la Varsovia y de la Zwi habían con­seguido, entre 1910 y 1930, regentear cientos de prostíbulos en la Capital Federal, la provincia de Buenos Aires y el interior del país. Jozami enumera, con alguna exageración en el caso rosarino: En Bahía Blanca gobernaba Kloter Leille, dueño de alrededor de 20 establecimientos diseminados por las poblaciones de fuárez, González Catán, Tres Arroyos y Olavarría. En Rosario, en el barrio de Súnchales, había 80 prostíbulos de pola­cos. La zona de Ensenada era el terror para las mujeres. En su calle principal, la calle Industria, poco iluminada, abren sus puertas "Le chat noir", "Le lion  d'or", "Au bon ami", etc. La calle Industria es el centro de un pequeño mundo; tiene peregrinos que vienen de Buenos Aires sin contar con el prestigio que ha adquirido en el extranjero.
Hacia los años del Centenario, los polacos eran propietarios de muchos prostíbulos en el país, incluidos los que regenteaban en Rosario, y habían copado prácticamente el porteño barrio de la Boca . En los cafetines, consigna Jozami en su novela citada, las polacas hacían  la  pareja para el baile, ocupaban los burdeles de dos pesos y la semioscuridad de los palcos del cinematógrafo donde se daban películas pornográficas.
No hay dudas acerca de que tanto Rubinstein como otros miembros de la Asquenasum y la Migdal fueron también dueños di "quilombos" rosarinos entre 1920 y 1930 o tenían a muchas de SUI pupilas trabajando en algunos de los establecimientos de la sociedad rufianesca o los controlaban a través de testaferros también de origen judío. La imposibilidad de constatarlo, a tantos años de distancia, no radica solamente en la ausencia de documentación sobre el particular sino también en el hecho de que muchos de ellos delegaban el manejo de esos negocios a una madama, que pasaba a ser vista como dueña, como ocurriera en el caso del legendario "Madame Safo".
Lo cierto es que los rufianes polacos, los "caftens",y la prostitu­ción denominada polaca, que era procedente de Polonia, Lituania, Rumania u otras tierras del Oriente europeo, era la más ínfima, la más baja, la más ruin,, si es posible aplicar ese adjetivo a un ser humano. Además, los proxenetas pola­cos fueron los últimos en llegar, luego que en los Estados Unidos fue abolida la prostitución. Aquí, para competir, tuvieron que recurrir a los precios más bajos. De otra manera, nada podían con los criollos y, menos, con los  franceses, impor­tadores de mercadería fina, a la que cuidaban y presentaban con lujo, afirma Suárez Dañero.

Toda la repelencia se vuelca sobre el caften, al cual, séalo o no, se le asigna la nacionalidad polaca. Constituían tribu aparte. Los separaba hasta el origen. En el proxenetismo, durante años, se hizo racismo. No isposi­ble desconocer el hecho; incurrieron en él todos: los cafishios criollos y los macrós franceses. Rivales entre sí, uníanse para arremeter contra el repe­lente caften. Lo cierto es que detrás de esa rivalidad, existían motivos esen­cialmente mercantiles. Cuestión de precios. Hacían trabajar a sus mujeres por una miseria, a veces por uno o dos pesos. Arruinaban la industria y las arruinaban a ellas. La ordenanza municipal porteña de 1909, que implantó las famosas casitas, los prostíbulos individuales, fe la cace les abrió el mercado. Afortunadamente, por contados años.
(E. M. Suárez Dañero:Eleafishio, Colección Hoy Días, Bueno
Fuente: extraído de libro rosario del 900 a la “década infame”  tomo VI  editado 2005 por la Editorial homo Sapiens Ediciones