Escudo de la ciudad

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El escudo de Rosario fue diseñado por Eudosro Carrasco, autor junto a su hijo Gabriel, de los Anales" de la ciudad. La ordenanza municipal lleva fecha de 4 de mayo de 1862

MONUMENTO A BELGRANO

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Inagurado el 27 de Febrero de 2020 - en la Zona del Monumento

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martes, 26 de abril de 2016

LA ANTIGUA CRISTALERÍA THIRION SU ACTIVIDAD - TRAGEDIA - CIERRE

por Nicolás E. De Vita
 


Para iniciarla historia de este establecimiento fabril, comenzaremos diciendo que, a pesar del pomposo nombre de "Cristalería", en el mismo nunca llegaron a procesarse artículos de primera calidad, tales como espejos, copas, jarras, etc., sino tan sólo envases comunes de vidrio, es decir botellas, damajuanas y alguno que otro utensilio ordinario para el hogar. Además, en cuanto a las damajuanas concernía, a las mismas se las empajaba con varillas de mimbre.

Este establecimiento, muy importante en su época, llegó a emplear un gran número de operarios; las tareas se realizaban en tres turnos de 8 horas cada uno; su ubicación real lo fue en calle 3 de Febrero 3331, en una gran fracción de terreno en forma de "L", con frente también a la calle Crespo (no tenía salida a la calle por este lugar); y sus mejoras lo eran grandes galpones, hornos de fundición y fabricación, depósitos para envases terminados y de vidrios rotos, etc.

Esta fábrica inició sus actividades a mediados de la década del 20y, hasta la trágica fecha que más adelante habremos de relatar, fue propiedad de un señor de origen belga llamado Carlos A. Thirión, casado con doña Micaela, padre de dos hijas llamadas Elena y Alicia; y se domiciliaba en una casa lindera a su fábrica, es decir, en calle 3 de Febrero 3335.

Físicamente Thirión era un hombre fuerte por naturaleza, con cierto grado de cultura, de una altura de 1,90 mts., fornido, con un peso lo a los 100 kilos, invariablemente vestido durante las horas con un largo guardapolvo gris o amarillo y siempre atento a las actividades fabriles, las que controlaba personalmente. En cuanto al trato con sus vecinos, amigos, clientes, etc., a pesar de su aspecto circunspecto, era educado y amable, cosa que no ocurría lo mismo con de sus asalariados, quizás esto dada la propia naturaleza de su negocio y por la calidad de la gente a sus órdenes, en su mayor parte sin cultura o educación alguna, muy afectos a la bebida y pendencieros al máximo, razón por la cual en no pocas oportunidades debió valer su autoridad a mérito de su contextura física; y con ello, en una época en que los trabajadores se encontraban totalmente desamparados de leyes sociales adecuadas o entes que los protegieren, lo llevaba a cometer abusos injustificados. En esa forma se fue constituyendo ese tan temido y odiado patrón de antaño, al que sus dependientes, más por necesidad que por cobardía, debían someterse arbitrariedades, y por lo tanto, quedar incondicionalmente a merced sus caprichos. Además esa fama de hombre fuerte de acción y de respeto que gozaba Thirión, estaba avalada por el conocimiento que se tenía de que el nombrado, siendo entonces dueño de una fabrica de tintas, instalada a principios del siglo en seccional 9na., había dado muerte a uno de sus operarios mediante la aplicación de un fuerte trompis que fracturó la cabeza de la vítica. No obstante, Thirión fuera de su establecimiento, aparentaba ser un hombre normal, buen esposo y padre, y muy afecto a los niños, a quienes todos los años, en vísperas de la Navidad, invitaba a su establecimiento para agasajarlos con un refrigerio a la par de hacerles entrega, en donación, de valiosos juguetes que en gran cantidad y su peculio particular, adquiría a tal efecto.

Por haberlo vivido personalmente, aun recordamos nítidamente como se desarrollaban las actividades en dicho establecimiento vidriero. Siendo todavía muy jóvenes, invitados por el mismo patrón o alguno de los capataces, nos acercábamos para admirar la labor de esos pobres y esforzados obreros del vidrio, quienes sudorosos, con el torso invernal, completamente desnudo para mitigar en algo los efectos de la enorme temperatura que debían soportar al lado de los infernales hornos de ladrillos refractarios donde incesantemente se fabricaba o fundían vidrios; moldeando a mano con un tubo de de hierro o caña, soplando desde su embocadura cierta cantidad de vidrio pastoso que era sacado del crisol con la otra punta del tubo al que hacían girar rápidamente, hasta, que la masa candente comenzaba a condensarse, se la volvía a introducir en la boca del horno para otra vez así, sucesivamente, hasta obtener, con una facilidad y precisión de encomio, el objeto que se deseaba fabricar. Recordamos todavía a muchos de aquellos hoy ya olvidados obreros, algunos de los cuales llegaron a adquirir tal perfección en su trabajo que los llevaba a confeccionar objetos de inestimable valor; verdaderos profesionales que no caeríamos en exageración en afirmar que de haber los mismos desenvuelto sus actividades en alguna de las célebres cristalerías de Murano, por su real capacidad, habrían estado a la misma altura que los que cotizados artesanos de aquel centro cristalero. Luego venía la hora de descanso, en cuya oportunidad los obreros, bajo los árboles de la calle 3 de Febrero, degustaban un magro almuerzo o merienda, siempre acompañados con abundante libaciones de vino con hielo y soda, esto último como medio de atemperar la enorme deshidratación que el enorme calor de los hornos les había producido durante las largas y agobiadoras horas de trabajo; otros aprovechaban para dormitar un rato; y, los más jóvenes, a disputar un picado futbolero; todo hasta que la sirena de la fábrica les indicaba el pronto regreso a sus arduas y fatigosas, tareas. Así, en esa forma, era como se desenvolvían las actividades en el antiguo establecimiento de don Carlos A. Thirión.

Así llegamos al trágico día del 31 de diciembre de 1928. En momentos que la canícula apretaba al máximo, los relojes marcaban las 15.30 horas, dentro de la fábrica se desarrollaban las últimas actividades del año y el comentario general entre todos los obreros era la forma en que, modestamente pero con gran alegría, junto a sus familiares, habrían de despedir ese año y comenzar el nuevo, de improviso los secos estampidos de un arma de fuego los deja anonadados. Corren todos de inmediato a inquirir los motivos, y a 20 metros del portón de entrada de calle 3 de Febrero, en un pasillo fuera de los galpones, vecino a la gran balanza, encuentran a un operario llamado Antonio Impellicieri, italiano, naturalizado argentino, de 27 años de edad, con domicilio en calle Zeballos 3986, con un revólver aun humeante en su mano derecha, mientras en el suelo, a pocos pasos de él, don Carlos A. Thirión yace en el suelo, aun con vida pero manando abundante sangre de su cuerpo. Requerido con urgencia los servicios de la Asistencia Pública, a pocos minutos se hace presente una ambulancia con personal médico quien al constatar la gravedad de las heridas resuelven trasladar de inmediato a la víctima al centro asistencial para una mejor atención; pero todo habría de resultar en vano, pues Thirión, que entonces contaba con 50 años de edad, nunca habría de llegar a ese destino con vida, ya que falleció durante el trayecto.

Mientras tanto el matador, voluntariamente, se hace presente en la Seccional 8va. (hoy 6ta.), donde ante el Comisario D. Lucio H. Lonné, entonces a cargo de la misma, se constituye detenido y hace entrega del arma homicida. En su descargo Impellicieri declararía luego que se vio obligado a proceder en la forma que lo hizo dado que en cierto momento y por cuestiones de trabajo, Thirión intentó agredirlo a trompis, razón por la cual, ya sea por temor o por la diferencia física entre uno y otro, al no poderse defender en otra forma, no tuvo más remedio que hacer uso del arma que llevaba consigo, la que descargó 4 veces contra su ex patrón, de las que sólo pudo dar en el blanco en 2 Oportunidades, desgraciadamente ambas mortales para el mismo.

Muerto Thirión, ante la imposibilidad de su viuda e hijas menores continuar con las actividades fabriles, las mismas proceden al inmediato cierre del establecimiento; pero, poco tiempo después, esta vez bajo la dirección de antiguos obreros del vidrio, provenientes de otras fábricas, constituidos en sociedad bajo la razón de "Galli, Pastorino y Cía." SRL, el establecimiento reinicia sus actividades con un ritmo intenso durante las 24 horas del día; y así lo sería durante varios años hasta que, ya sea como consecuencia de la instalación dentro de la ciudad de nuevas fábricas similares pero mejor dotadas tecnológicamente, luego las llevará a fusionarse entre sí para evitar competencia inútil, al final con resultado negativo o por la adopción de otras formas de envases, la antigua Cristalería Thirión, que aun con sus nuevos dueños conservaba dicha denominación, cierra definitivamente sus puertas, y sus propietarios, que a la inversa de Thirión gozaban del mayor beneplácito de sus obreros y empleados, al dar por concluidas las actividades proceden a la venta de los bienes fabriles; la fracción de terreno es loteada para facilitar la transferencia, y, con ello, queda así cerrado el último capítulo de la hoy ya olvidada o ignorada "Cristalería Thirión". Ya quedamos pocos que la conocimos y recordamos que allí, en calle 3 de Febrero 3331, donde hoy se levantan diversas unidades de vivienda, en alguna oportunidad existió un importante establecimiento dedicado a la industria del vidrio, mediante los mismos procedimientos artesanales que, originariamente, fueran empleados por los antiguos pueblos helenísticos y romanos y que nos fueran transmitidos de generación en generación, hasta ser abolidos, definitivamente, por los sistemas de alta tecnología que hoy se conocen y que se perfeccionan día a día.
Fuente: Extraído del Libro ¡Echesortu! ( Ciudad pequeña, metida en la ciudad) Apuntes para su futura historia ( ensayo) y Segunda Parte (Miscelaneas de la Ciudad). Editorial Amalevi. Agosto 1994.