Escudo de la ciudad

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El escudo de Rosario fue diseñado por Eudosro Carrasco, autor junto a su hijo Gabriel, de los Anales" de la ciudad. La ordenanza municipal lleva fecha de 4 de mayo de 1862

MONUMENTO A BELGRANO

MONUMENTO A BELGRANO
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martes, 28 de junio de 2016

Libreros y librerías

Por Rafael Ielpi


Las librerías eran, en consecuencia, comercios concurridos por diversa clase de gente, atenta a intereses y expectativas diferentes, desde a cadena de episodios siempre terminados en el momento culmiante, para asegurarse la atención del lector en la siguiente entrega, iue proponían los folletines, a los amantes de la poesía y las novelas europeas.

O aquellos otros que seguían fieles, quizás por la resonancia de casi contemporaneidad que seguía emanando de las páginas del Martín Fierro, al prototipo gauchesco. Sería uno de esos libreros rosarinos el encargado de editar muchos de los títulos destinados a ese mercado: Alfonso Longo, un siciliano nacido en 1887 en la pequeña localidad de Alessandria della Rocca. Longo, instalado en sociedad con Vidal Argento en la Librería Americana de Sarmiento 1176 primero y luego trasladada al 1173 de la misma calle (local que hoy subsiste aún con sus pisos de pinotea, sus altas paredes y sus viejos libros, como un testimonio al parecer eterno de la pasión de aquel librero ejemplar), editó entre 1918 y 1930 una serie de pequeños libritos de bolsillo, de modesta impresión, dedicados a versificar las istorias y aventuras de toda una serie de personajes gratos todavía n esos años a muchos lectores, sobre todo de las zonas rurales ale-lañas y a gentes provenientes del interior que trabajaban en el Mercado, la estiba portuaria, carreros, cocheros, etcétera, que eran us consumidores principales.

En la contratapa de aquellos libritos editados regularmente por Longo, podía leerse esta encendida defensa del personaje prototípico de las pampas, bajo el título de "El gaucho siempre triunfa": El sobrevivirá a las maledicencias y mañana, cuando con un juicio más sereno y libre de las cosas rojas y sombrías que han pretendido eclipsarlo, su figura arrogante e imponente, su vida inquieta y sus muertes heroicamente bellas, defendidas con el corazón, servirán como punto de referencia a los que quieran señalar los grandes sacrificios que hicieron en beneficio de nuestra propia libertad.
 

La larga lista de títulos, que rondaba el medio centenar, estaba integrada entre otros por los clásicos previsibles como Juan Moreira, Juan Cuello, Hormiga Negra, El hijo de Martín Fierro, Pastor Luna, La venganza del Mataco, El Chacho, Facundo Quiroga, Juan Soldao, Los hermanos Barrientos, Santos Vega ,Juan Manuel de Rosas, etcétera. En la mayor parte de ellos, sin embargo, como los de Silverio Manco o Hilarión Abaca, era visible un enconado antirrosismo, del mismo modo que se calificaba duramente a Quiroga, de quien se afirmaba, por ejemplo: de La Rioja tan amada/fue moderno Torquemada/ sin alma ni corazón.

Tampoco don Juan Manuel de Rosas salía indemne de aquellos poemas muchas veces trabajosos, de aparición mensual, en algunos de los cuales podían leerse estrofas de este calibre: Rosas, nombrado gobierno/ se convirtió en dictador;/ manda más que emperador/ y de todo se hace dueño/ y azota al pueblo porteño/ con la fusta y arriador. / Hace violar domicilios, /familias hace azotar / porque no quieren llevar/ prendida en la cabellera/ insignias de una bandera/ a su gusto y paladar, y otras igualmente enconadas.

En realidad, aquellos modestos y tal vez olvidables folletines en verso editados por el generoso don Alfonso Longo, no eran otra cosa que una emulación descuidada y a veces desechable de los escritos en el siglo XIX por Eduardo Gutiérrez, el verdadero fundador de esta variante del género en el país, que popularizaría a través de sus obras a personajes como los citados Cuello, Moreira y Hormiga Negra, del mismo modo que denigraría a Rosas convirtiéndolo en paradigma de la maldad y el tenor. Lugones lo definiría en la década del 20: En medio de todo, el único novelista nato que haya producido el país, si bien malgastado por nuestra eterna dilapidación de talento.

Jorge Luis Borges, en un prólogo al Hormiga Negra de Gutiérrez, acierta con su proverbial lucidez crítica en las razones de la popularidad y acaso la perennidad de la obra de aquél: Eduardo Gutiérrez, autor de folletines lacrimosos y ensangrentados, dedicó buena parte de sus años a novelar el gaucho según las exigencias románticas de los compadritos porteños.

Un día,fatigado de esas ficciones, compuso un libro real, el "Hormiga Negra". s desde luego, una obra ingrata. Su prosa es de una incomparable trivialiad. La salva un solo hecho, un hecho que la inmortalidad suele preferir: se parece a la vida...

Aquellos "novelones" de Gutiérrez, llenos de violencia, crimenes atroces, heroísmo y pasiones encendidas, estaban dirigidos al mismo público de los poemas gauchescos editados por Longo: una masa de anónimos lectores de las clases populares que de esa manera ingresan, sin saberlo acaso, a una forma de cultura.
Se produce la paradoja de que el albacea literario de la alfabetización sarmientina no sea un típico hombre del 90 sino este folletinista subestimado por su descuido estilístico, descuido que en realidad es un punto más de coincidencia con sus lectores, en la medida en que la forma elegida es el resultado de una adaptación de ciertos modelos literarios a las exigencias de un grupo social que todavía no constituye, como tal, una comunidad de cultura.
(Jorge B. Rivera: "Eduardo Gutiérrez" en Capítulo, Centro Editor de América Latina, 1970)

En una carta fechada el 16 de junio de 1919, Abaca, el autor de aquella versión rimada de Hormiga Negra editada por Longo, daba fe a u editor de la fuente fidedigna de sus historias: Harto conocido Hormiga en San Nicolás, era justo entonces que conociera algunos aspectos de su vida; allí actualmente es innumerable el número de personas que lo han visto en su juventud cometer actos de valor y arrojo que han llegado al colmo de la audacia. Basado en eso, creo que nadie osaría decir que he falseado la verdad de los hechos; he formado mi humilde novela, la que me honro pasar a usted para que e sirva editarla en la forma que a decir verdad más convenga. Para fe y constancia de que la historia es obra mía,firmo en Rosario, en el día de la fecha que arriba ya se expresa. De Ud. como siempre S.S.S.


El poema, que en realidad era una novela en verso, comenzaba: VI¡ personaje es nacido/ allá por San Nicolás;/ desde pequeño fue audaz/ y de mala inclinación1 y creo que hasta esta ocasión/ como él no hubo otro jamás. De ese estilo modesto y casi payadoril era toda esa literatura de bandidos y bandoleros, cuyas desventuras y enfrentamientos con una autoridad casi siempre injusta y perversa encontraban un eco de simpatía inmediato en sus lectores.


Longo, con todo, era uno de los tantos libreros de la ciudad entre 1900 y 1930, y en todo caso, sucesor de muchos que abrieron sus negocios entre 1870 y 1890 y que seguían "vendiendo cultura" en los primeros años del siglo ulterior. En las dos décadas finales del siglo XIX, consigna Mikielievich en sus Memorias de Rosario, coincidían en la zona céntrica de Rosario las librerías (en muchos casos con anexo importante de papelería) de Eudoro Carrasco, frente a la Plaza 25 de Mayo, inaugurada en 1853; "El Baratillo del Libro", de Gervasio del Mármol, en Maipú y Santa Fe; la "Librería Enciclopédica", de Antonio Fayo, en Córdoba entre Laprida y Buenos Aires; la "Librería Alemana", de Luis Kammerath, en Santa Fe entre Maipú y San Martín; la "Librería Francesa", de A. Charbonel, en San Martín entre San Lorenzo y Santa Fe, y la "Librería Inglesa", de los Mackern, que se inició en San Martín entre Córdoba y Rioja, aunque conoció traslados ulteriores.


También del siglo XIX eran libreros como Pujadas y Curuchet, dueños de "El Siglo Ilustrado", en Córdoba entre San Martín y Sarmiento (por entonces Puerto y Libertad), que funcionaría hasta el inicio del siglo XX y cuyo nombre heredaría Serapio Vidaurreta, en Córdoba 1288, quien la atendía junto a su hermano y en la que en 1905 se podían conseguir publicaciones españolas y europeas además de las hermosas tarjetas postales coloreadas de comienzos de siglo, entre ellas las que reflejaban imágenes del Rosario que hoy tienen el irrecuperable encanto de lo que fue y no vimos.


Librerías rosarinas entre 1880 y 1920 eran las de Federico Boldt, en Córdoba 1823; Fortunato Filippini, en Santa Fe 1122; Luis Fossati, en la esquina de San Juan y San Martín;J. I. Ulton, en Córdoba 1083, y Georgino Linares, en Córdoba 1141, quien uniría a su condición de librero, hacia 1910, la de concejal de la ciudad; establecido en 1885, su actividad inicial había sido la venta de diarios, periódicos y revistas, la que obtuvo impulso importante al obtener la autorización del Ferrocarril Central Argentino para vender dichas publicaciones en las estaciones de Rosario, Córdoba y Pergamino de dicha línea. En el Centenario sus ventas ascendían a 7 mil diarios por día y 14 mil revistas por semana.


En esa nómina de libreros y librerías debe computarse asimismo a Jacobo Peuser, San Martín 820; E. Rischeport, en Santa Fe 1140 "frente al Correo" o "en face de la Poste", según el aviso; la de Danuy Alvarez en Libertad 952, fundada en 1902 que sería librería Álvarez, al pasar a propiedad de Manuel Álvarez, primeroen Libertad 748 y en 1925 ya su ubicación de Sarmiento 755, N. Simian, en Córdoba 884, con su "Librería Franco Argentina"; Antonio Tacconi, en San Martín 947; Rafael Uría, en Córdoba 895; los hermanos McLean, con su librería homónima- en Córdoba 192, de la numeración antigua, y M. H. Pomponio, con su "Librería Española, Francesa e Italiana", en Santa Fe 1116.


Librero recordable fue asimismo E. Vigil Mendoza, en Córdoba 771, quien un día de los últimos años del siglo XIX vio entrar a su local a un Sarmiento anciano, de paso hacia el Paraguay, que le dejó en consignación unos ejemplares de sus libros.., para poder contar con unos pesos para el viaje. También merecen ser citadas librerías como "El Progreso", de Francisco Belluccia, en Córdoba 1184, que por muchos años mantendría vinculado su apellido al rubro, a través de su hijo José. La librería ocupó distintos locales en la zona céntrica desde su inicio en 1900, en San Juan 1180, hasta cerrar definitivamente sus puertas en 1987 tras casi nueve décadas de actividad.
 

De las dos primeras décadas del siglo pasado eran también la "Librería Ameghino", fundada por Miguel Caggiano en 1917, a quien sucedería luego su hija Beatriz Caggiano y posteriormente César Gasparinetti, instalada inicialmente en Sarmiento 1157 y posteriormente en San Luis al 1200, para seguir vigente en el siglo XXI en Corrientes al 800, a través de los herederos de este último, siendo con la librería de Longo las únicas dos subsistentes de ese período; y la de Isaac Roseli, que por los mismos años, en Santa Fe 1584, ofrecía al interés femenino revistas extranjeras como Paris elegant, Tout le mode y La petit echo de la mode.
 

Se puede sumar, por el Centenario, a José Caro, que con negocio en Santa Fe esquina Entre Ríos, tentaba en 1913 a lectores diversos con dos ofertas exclusivas: las Obras completas de Julio Verne, en 14 volúmenes y la Historia Argentina, de Vicente Fidel López, en 10 tomos, ambas colecciones a $ 10 al contado y 10 cuotas de $ 13.50, y a la "Agencia Linares", de San Martín 935, conocida popularmente como "La literaria", donde además de revistas de modas, se ofertaban en 1910, los "best sellers" del momento: Tierra de matreros, de Fray Mocho; Flor de durazno, de Hugo Wast, y Los emigrantes de Eduardo Zamacois, novelista absolutamente olvidado hoy pero leído más que con entusiasmo a comienzos de siglo.


Algo debía pesar asimismo la colonia portuguesa de Rosario (muchos de cuyos miembros se dedicaron casi siempre y como una tradición a las mudanzas y transporte de muebles) ya que se publicitaba al mismo tiempo la recepción de las obras del celebérrimo poeta lusitano Abilio Guerra Junqueiro: La vejez del Padre Eterno, Muerte de Donjuan o La Patria. Ese mismo año, la librería mencionada hacía publicidad también de los últimos libros recibidos de Francia, que contaban con sus lectores en una colectividad gala que conservaba el uso de su lengua y la lectura de sus autores: Cha ntecler, de Edmond Rostand, La Lune, de Camille Flammarion y La Psychologie politique et la defensa sociele, de Gustavo Le Bon.


Un lugar especial merecen la "Librería Sopena", sucursal de la prestigiosa editorial, cuyo gerente sería el español Laudelino Ruiz en 1924, quien por muchos años estaría luego al frente de su propio comercio, que editaría libros y cumpliría una extensa tarea en pro de la difusión de la cultura en la ciudad a partir de 1930, cuando abre su "Librería y Editorial Ruiz", en la que, como recordaría Raúl Gardelli, el entonces más que leído y hoy olvidado Stefan Zweig firmaría ejemplares de sus libros, junto a su traductor Alfredo Cahn; y la librería "La Ibérica", que se instalara inicialmente en 1911 en San Martín entre Cochabamba y Pellegrini, luego en 1919 en San Martín 1232, para establecerse después, hasta su cierre definitivo en 1966, en calle Mitre 826.


Aquel gran recinto colmado totalmente de volúmenes alineados en estanterías que llegaban hasta el techo conteniendo en especial literatura española y los clásicos, y sus propietarios, el hispanísimo y culto don Agustín Benítez de Castro y su esposa María Dolores Zubelzú, a quien se conocía familiarmente como Doña Lola, fueron una atracción permanente para varias generaciones de estudiantes, estudiosos, simples lectores o buscadores de hallazgos bibliográficos. Raúl Gardelli los evocaría con entrañable reconocimiento: Magn'flco matrimonio de libreros, cuya librería era una suerte de peña, donde se hablaba de libros y no sólo de éstos. Increíble: él, andaluz; ella, vasca. Entre las estanterías atestadas (había libros detrás de los libros) se hablaba de la República Española destruida en una guerra que apasionó a los rosarinos como si fuese ¡Vaya si los apasionó! De aquí partieron voluntarios para sumarse a la republicana…


Gardelli rescata otra anécdota de aquel librero irrepetible: En el penumbroso salón de La Ibérica, muchedumbre de libros colmaba,fatigánlas resignadas estanterías. Libros detrás de los libros. No faltó quien contase, como en secreto, un episodio risueño. El tradicional librero, parsimonioso era en el hablar, al tiempo que miraba sus desbordados estantes, había dicho encopetada dienta que presumía de intelectual: "Pues ¿sabe usted?, tengo plúteos llenos". Ella, muy formal pese a su asumido aire de mujer de avanzada,entendió lo que entendió, entre sorprendida y agraviada: "Los plúteos! io puede ser que un hombre tan atento se haya atrevido a decirme que los llenos!"


El amplio recinto, la atmósfera casi recoleta del mismo, las vastas estanterías con sus estantes (o plúteos) cargados, las mesas pobladas volúmenes y la propia figura de aquel librero impar (un andaluz nacido en Las Cabras de San Juan, un pueblo cercano a Sevilla le tuviera lugar el legendario levantamiento de Riego), hicieron de “La Ibérica" un sitio inolvidable en la memoria de la ciudad.
Yo también conocería a don Benítez de Castro, pero ya con su negocio en calle Mitre 826 al lado del Banco de Boston. "Yo no sé cómo papá podía ser librero", me contaba una de sus hijas, y agregaba: "Era seco de carácter y jamás se reía". Y era cierto. Don Agustín, tocado con una boina en invierno, calvo, de tez blanquísima, de andar pausado, sentía a su modo y sabía expresarse con justeza. "Cuando no le gustaba algo, para despedirse de un cliente se ponía en actitud de esfinge, miraba para arriba y no daba más artículo. Podía quedarse largo rato así, acodado en el mostrador, hasta que el otro se iba", coincidimos en señalar con otro librero, ya fallecido también, quien fuera uno de los dueños de la "Librería Metropol", Danilo Bañuis.
(Héctor Nicolás Zinni: "50 años. 1938-1988", Cámara de Librerías y Anexos de Rosario, 1988)


En otra zona de la ciudad, también entre los años de los dos Centenarios, abriría sus puertas por largos años otra librería de entra-recuerdo para muchos rosarinos, sobre todo los vecinos de la de Salta y Avenida Francia, en el barrio de Pichincha: "La Alpina", de Pedro Enrione, que como muchas de las anteriores sumaban a la venta de libros la de artículos escolares y de papelería.
 
Por ahora, está en la vereda de los impares, al lado de la Zapatería La Obrera. Con el tiempo se mudará a la esquina noroeste de Salta y Avenida Francia, ocupando toda laf ranja de la ochava y sus linderos por ambas calles. Con su enorme cartel pintado al óleo ofreciendo a la vista de los transeúntes montañas nevadas y animales de los Alpes,justo sobre las puertas de la ochava. Con un don Pedro Enrione cuya figura nos recordaba vagamente a la de Gepetto y cuya personalidad lo había llevado a ser el primer presidente de la Cámara de Librerías y Anexos. Vieja librería de mi infancia donde compré mi primer libro de cuentos a 10 centavos…
(Zinni: Op. cit.)


Anterior a todas éstas era otra casa dedicada también a importar publicaciones inglesas al Rosario, "The English Book Stores", ubicada en San Martín 625, que en 1910 anunciaba ejemplares de People, Lloyds Weekly, Pearsons y A nswears, así como los principales diarios, magazines y novelas en inglés, todas con precio marcado. Pionera en traer a la ciudad periódicos y libros europeos sería "El Crédito Literario", de Francisco Antúnez, agente de la librería porteña de Juan Blassi; en 1900, desde su local de Córdoba 1621, informaba que contaba con un gran reparto de obras cient [ficas, literarias, artísticas e ilustradas. Estricta contemporánea de la anterior era asimismo la librería "El Progreso Literario", de Marcelino Bordoy, en Paraguay 1021, calificado como primer centro de publicaciones de la República Argentina.


Cerca del inicio de la segunda década del siglo (1919), la "Editorial Tor" funcionaba con un local de librería en Presidente Roca al 1200, donde se vendían los célebres títulos de aquella legendaria editorial argentina, fundada dos años antes por el mallorquín Juan Torrondeil, quien había arribado a Buenos Aires en 1912 y era redactor de El Diario Español. La editorial llevaría a cabo una formidable tarea de difusión del libro a través de ediciones de muy bajo costo que hicieron posible el acceso de los sectores de menores recursos a buena parte de la literatura universal, si bien muchas de las obras publicados por Tor sufrían los "tijeretazos" del editor, qúe buscaba de ese modo reducir páginas y abaratar los costos de impresión.


En junio de aquel año 1918, sus ofertas en Rosario tendían a difundir las obras del teatro nacional lanzadas por ella al mercado: Canillita, de Florencio Sánchez; Mamá Culepina, de Enrique García Velloso, y El viaje de don Eulalio, de Vicente Martínez Cuitiño.


Una posibilidad siempre vigente, para aquellos a quienes el placer o el interés de la lectura no podía ser satisfecho por resultarles difícil la compra de libros, era la de las bibliotecas populares, muchas de ellas surgidas del impulso de tozudos anarquistas y lejanos socialistas. Entre el 900 y el inicio de la "década infame" comenzaron a aparecer bibliotecas populares, muchas de ellas barriales, que posibilitaron el acceso a la lectura a obreros, empleados, estudiantes, ávidos de conocimiento.


Ejemplo de ello serían, entre muchas otras, algunas como "Estímulo al estudio" (1911),"Almafuerte" (1918), "Amor al estudio", de Barrio Industrial (1922), "Libertad" (1922),"Arnor a la verdad" (1926), "Proa" (1927), "Rafael Calzada" (1930) y muchas más, que se sumaban a las bibliotecas oficiales o de instituciones de la ciudad: la "Estanislao Zeballos" y la del Jockey Club, de 1905; "Agustín Alvarez", de 1907; del Círculo Médico (1910); del Colegio de Escribanos (1911); de la Alianza Francesa (1912) y las prestigiosas y concurridas Biblioteca Argentina, una de las obras motorizadas, como se dijo, por la fiebre hacedora del Centenario de 1810, y la Biblioteca del Consejo de Mujeres, inaugurada en 1872 con apenas doscientos volúmenes como Biblioteca Mariano Moreno.


A todas ellas deben agregarse las innúmeras bibliotecas fundadas por los libertarios que hacían de la habilitación de esos locales de cultura una imposición de su credo inclaudicable, y cuyos nombres aludían, indefectiblemente, a los valores más entrañables a aquellos que, más allá de una indudable dosis de romanticismo, llevaban asimismo consigo la firmeza ideológica de quienes, como Bakunin, habían apostado a la dignificación del hombre y, en especial, de los obreros y marginados del sistema.
Fuente: extraído de libro rosario del 900 a la “década infame”  tomo III  editado 2005 por la Editorial homo Sapiens Ediciones